18/6/11

No estaba drogada.

Primero era como un View Master, no como el mío naranja en el que metía discos de Snoopy y de jirafas y elefantes felices, éste no necesitaba discos y ahora veía gente. Gente como salida de fotos viejas en blanco y negro, gente como salida de historietas y posters de westerns. De repente también se me aparecían un paisaje o un oso polar y trenes, muchos trenes. Cada que cerraba los ojos veía otra imagen que después de unos segundos iba perdiendo nitidez y esfumándose en el negro infinito. Pero luego las imágenes no se iban, se empezaban a mover y cambiaban de colores y texturas y tamaños. Una mujer desnuda en blanco y negro se hacía roja y entonces el rojo invadía todo el espacio hasta que pequeñas siluetas humanas en negro caminaban por el rojo y formaban una taza roja que de pronto tenía café y estaba sobre un mantel verde.
Alguien me dijo una vez que sólo soñamos con gente que hemos visto. Supuse que es igual con todas las imágenes oníricas. Y supongo que la mitad de nuestros sueños está pirateada de las películas. Vi un ejército de Yodas saliendo de Mordor. Los lobos de la Princesa Mononoke me invitaron a pelear junto a ellos y me mezclé con androides y rebeldes en un lugar incierto entre Brazil, Sleeper y A.I. Pero no todo era ciencia ficción, también vi ferrocarriles en blanco y negro cruzando campos llenos de payasos y a los nazis marchar junto a los revolucionarios y las adelitas.
Nunca había pensado en la cantidad y variedad de imágenes que puede guardar el cerebro. En esos momentos delirantes entre escalofríos y dolor tampoco lo hice, pero ahora me sorprende, sobre todo las caras. Veía muchas caras. Cuando ya quería dormir, cuando necesitaba refugiarme en el negro profundo y acogedor bajo los párpados, las caras no me dejaban en paz. Siempre me observaban, con los ojos bien abiertos, sin parpadear, muy serios, silenciosos... Y abría los ojos y los volvía a cerrar, y una persona diferente estaba ahí, pero igual me observaba. Si no abría los ojos, las personas nuevas iban llegando, caminaban, se asomaban, simplemente aparecían y me observaban. Unas vestidas, otras no. Con pelo largo o corto, jóvenes con ropas raras y viejos hippies. Gente como salida de fotos de los 30s y gente que alguna vez vi en el centro. Algunos eran conocidos y me hablaban, otros me hablaban aunque no los conociera o no los recordara...
Lo peor fueron los mutilados. Una noche, sólo vi mutilados. Cuerpos sangrantes en el piso, huesos, caras desfiguradas gritando, de esas cosas que sólo se ven bien en portadas de Carcass o porno gore extremo, o tal vez ni ahí. Bultos tirados por todas partes, esqueletos deformes y mucha sangre dejaron a Kill Bill y Old Boy muy atrás.
Después de tres días era un infierno, hubiera saltado por la ventana si hubiera tenido una cerca. Era una película continua y todas las cosas por más extrañas que fueran se unían perfectamente con las cosas anteriores aunque no tuvieran nada que ver. Parejas de gimnastas en una bóveda se iban convirtiendo en los puntos y barras de un caleidoscopio que se terminaba difuminando en un cielo gris en el que volaba un helicóptero. De repente el cielo era el mar y una mujer lo atravesaba nadando, y daba una pirueta en el aire y volvía al agua, y daba otra y ya era un pez... Al final no sé si se le agotaron las imágenes Lynchescas a mi cerebro o si ganó mi cordura, sólo sé que la fiebre es un poderoso alucinógeno.

1 comentario:

Adolfo Lira dijo...

Estupendo final.